Acudo al terminal a tomar el bus. Al llegar en el taxi, aguardo en el asiento trasero del automóvil, sin un paraguas a mano, mientras la lluvia persiste. Han pasado ya diez minutos y el aguacero parece intensificarse con cada segundo que transcurre, golpeando implacablemente el cristal. Observo a varias personas a lo lejos, todas en la misma espera impaciente de que la lluvia amaine. El cielo se ha oscurecido, envuelto en una atmósfera sombría.
Finalmente, cansado de la espera, decido salir del vehículo para buscar resguardo. Pero apenas doy unos pasos, la lluvia cesa abruptamente. El cielo se aclara y apenas unas pocas gotas alcanzan a mojarme. No puedo evitar sonreír mientras contemplo el cielo despejado.